21 jul 2008

La reunión

Otra vez nos encontramos. No sabía si ibas a venir. Pero igual, esperaba ansioso que sonara el teléfono para escuchar tu voz preguntándome por donde estaba. Me devoró la incertidumbre y ya sobre la hora la desilusión se apoderó de mi.
Acostumbrado a tu puntualidad, cuando llegó la hora de la reunión y no me llamaste, entendí que no iba a verte.
De pronto, un mensaje tuyo me revivió. Estabas yendo al lugar del encuentro con todos. Sentí la emoción inundando mi cuerpo y una sonrisa se dibujó en mi cara mientras leía el remitente con tu nombre.
Te esperé y fuimos hasta el lugar. Yo te miraba a través del espejo de mi auto y veía tu cara. Distinguía tus ojitos chiquititos y casi no prestaba atención a las cosas que me decía Jorge, que venía al lado mío.
Cuando bajaste del auto y venías hacia nosotros, creí que mi corazón estallaba. Te tomé de la cintura y vos también me abrazaste. Tímidamente ambos, porque había testigos. Se que si nos hubiéramos encontrado solos nos hubiéramos abrazado como si hiciera una eternidad que no nos veíamos.
Una vez en el departamento, te sentaste a la mesa y logré sentarme a tu lado. Porque quería sentirte cerca, y porque se que vos también lo querías.
No pude dejar de mirarte. Te vi mas hermosa que nunca. Sos hermosa. Me desesperaba tenerte a mi lado y no poder siquiera rozar tu hombro. Hasta que, por fin, como en otras oportunidades, nuestras manos se juntaron debajo de la mesa.
No se explicar con palabras lo que sentía. A nuestro alrededor, todos hablaban, se reían y yo, yo no sabía que pasaba. Toda mi energía estaba puesta en ese contacto con vos. Estremecido cuando sentía tu mano aferrar con fuerza la mia como pidiendo que no se separaran nunca.
Se que vos también sentías lo mismo. Conozco exactamente lo que sentís cuando tu piel roza la mia. Y también se que necesitabas, aunque sea eso, sentir mi mano junto con la tuya.
De pronto, se hizo tarde y te levantaste para irte. No sabía como hacer para ser yo quien te acompañara hasta el auto. Hubiera dado todo por hacerlo. Me besaste al irte. Quedo una deuda. Besos no dados, como bien dijiste vos y la impotencia de no poder decirle al mundo que somos cada uno el amor que el otro necesita. Que vos sos mi felicidad plena y yo la tuya, porque, podemos negarlo para cubrir ciertas apariencias, pero allá, en el fondo del corazón, ese lugar que sólo uno puede ver y escuchar, ambos sabemos cuanto nos amamos.